Este cuento ha sido seleccionado por Editorial Dunken
en su programa ROI, recepción de obra inédita,
para ser publicado en la antología "Relatos Inconexos"
en su programa ROI, recepción de obra inédita,
para ser publicado en la antología "Relatos Inconexos"
¿De verdad creíste
que iba a suicidarme? ¿Y que iba a hacerlo justamente por vos? ¡Por vos! ¡Ja!
¡Por vos que te ocupaste muy concienzudamente de destruir todos mis sueños,
todos mis proyectos! ¡Hubiera sido el colmo! Pero, por supuesto, era tu objetivo
¡Negocio redondo! ¡Te quedabas con la casa, con mi casa, mi empresa y la
conmiseración de todos por el pobre viudo sufriente! Pobre viudo, que tuvo que
soportar durante todo ese tiempo a una esposa depresiva, exigente y eternamente
insatisfecha como bien dejaste sentado, a mis espaldas, entre todos nuestros
amigos y conocidos. Claro, quién iba a sospechar que un hombre tan íntegro,
trabajador, simpático y encantador con todos, fuera en realidad un sicópata que
en la intimidad mostraba su verdadera personalidad.
Te cansaste de ningunearme,
de amenazarme en forma velada, de presionar sobre mis debilidades. Nunca se te
ocurrió siquiera que yo fuera a reaccionar. No, por supuesto que no, eso no
entraba en tus previsiones. ¡Tan bien habías preparado la trampa! ¿Cuánto hacía
que estabas planificando “suicidarme”? Afortunadamente Angelita sospechó algo y
me puso sobre aviso. ¿Te acordás del día en que fuimos a cenar a lo de Rosa?
Antes de salir estuviste tan extrañamente gentil ofreciéndome un jugo de naranja,
hacía mucho que no tenías esos detalles conmigo. Claro, al rato cuando ya estábamos a la mesa y me descompuse, no
quisiste acompañarme al servicio de urgencias, quisiste que esperáramos un
rato. Pero te olvidaste del hijo de Rosa, el médico. Que casualmente estaba
allí y se dio cuenta de que estaba descompensada y me salvó la vida. Después
fingiste preocupación. Claro. ¡Había que disimular! En ese momento todos te
creyeron, pero, no hay crimen perfecto. ¡Estabas tan apurado! ¡Tanto le
insististe a Angelita que me vigilara porque te preocupaba que yo me excediera
con los tranquilizantes! Yo apenas si tomaba una pastilla de vez en cuando y
sólo si estaba muy estresada. Ella lo sabía muy bien. Así que me pidió que me
cuidara. No era normal que un marido hiciera todo ese escándalo cuando su
esposa detestaba tomar medicamentos…
Eso fue lo que te
vendió. A partir de entonces me negué absolutamente a tomar o comer cualquier
cosa que vos hubieras tocado. ¿Te acordás cómo te pusiste loco? Lógico. No
había cómo mezclarme ninguna substancia extraña. Sólo tomaba agua de la canilla
y traía comida comprada o comía en algún restaurant con mis amigas. ¿Qué podías
hacer? Nada. Insistí con el divorcio y a pesar de todos tus intentos de
convencerme de lo contrario, de tus promesas de cambio, de tus bonitas
palabras, me mantuve firme. De todos modos manipulaste a nuestros amigos, mejor
dicho tus amigos para que trataran de convencerme de mi error. ¡Qué patético! Confundiste
mi serenidad con falta de convicción. Te olvidaste que aunque tarde en tomar
decisiones una vez que lo hago nada me detiene.
Finalmente tuviste
que aceptar lo inevitable y te mudaste. Dejaste la casa llevándote todos los
muebles, los libros, las fotos, los discos. ¿Creíste que con eso yo iba a
sufrir? Nada valía tanto como mi
libertad. Por suerte en unos días más estará todo terminado, para siempre.
Y ahora, ¿a qué
volviste? ¿A tratar de inspirarme lástima? ¿De verdad creés que podés
convencerme otra vez haciéndote el compungido? ¿O que no me dí cuenta de que
tenés otra? Ni siquiera me interesa saber desde cuándo estás con ella. ¡Pobre!
¡Ni se imagina el paquete que se lleva! ¿Qué pasa que no me contestás? ¿Te
hacés el idiota ahora? ¿Me estás tomando de idiota a mí? ¡Vamos! ¡Decí algo!
¿Por qué llorás? ¡No quieras hacerme creer el papel de arrepentido! ¡No te va
para nada! ¡Claro, no querés escucharme! Nunca lo hiciste, no de verdad. ¿Por
qué corrés por las escaleras? ¿Tan apurado estás para huir de la verdad que ni
el ascensor querés esperar? ¿Adónde vas con esa urgencia? ¡Contestame, carajo!
¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡No sos más que un patético cobarde! ¡Te hacés el macho
pero si una te enfrenta no te dan las piernas para correr! ¿Qué hacés allí
arrodillado en plena calle? ¿No te das cuenta de que la gente se agolpa a tu
alrededor? ¿Qué hacés abrazando una enorme muñeca rota? ¡Parece que alguien la
tiró desde un balcón! ¡Pobre! ¡Está hecha pedazos! ¿Por qué todos se acercan a
palmearte el hombro? ¿Por qué te hablan de mí como si yo no estuviera presente?
¿Qué les pasa? ¿Qué les pasa a todos? ¿Por qué no me contestan? ¿Por qué se
hacen los sordos? ¿Por qué fingen no verme? ¿Por qué? …
© Mirta Mineo - Todos los derechos reservados - Inscripto en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual