sábado, 31 de marzo de 2018

NOCHE DE INSOMNIO

Este poema a ganado una mención especial en el 
Concurso Poetas de Habla Hispana, organizado
por Letras como Espada en el mes de febrero 2018
y se encuentra publicado en la antología Refugio


En este amanecer
los recuerdos me invaden,
llegan a mi mente sin permiso.
Sólo aparecen, así, simplemente.
Pareciera que mi voluntad
se diluye ante su fuerte presencia.
Y tu imagen crece,
me apabulla y me obliga a recordar.
Recordar los tiempos idos
en los que juntos caminábamos
en playas y bosques, ciudades y campos;
con el mundo a nuestros pies
y un venturoso futuro ante nosotros.
Hasta que un aciago día
el cruel azar nuestra vida cambió.
No pude ganarle a la muerte para retenerte;
pero jamás en verdad te alejaste.
En amaneceres como éste apareces
a darme un nuevo beso de amor
que se clava en mi alma solitaria y vacía.

 © Mirta Mineo - Todos los derechos reservados - Inscripto en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual

lunes, 5 de marzo de 2018

EN LAS TIERRAS DEL GLACIAR

Este cuento fue seleccionado por Letras con Arte 
para formar parte de la antología "Viajeros"

Anita había siempre soñado con conocer el glaciar Perito Moreno. Había visto innumerables filmaciones donde se lo veía atravesando el lago Argentino, se escuchaban los ruidos que anunciaban el desprendimiento de algún enorme trozo de hielo que se hundía en las aguas del lago hasta que quedaba un puente de agua helada que finalmente también se desmoronaba por completo. Entonces, las aguas divididas por la intromisión del río congelado, volvían a unirse por algunos años hasta la culminación del nuevo ciclo.
Nunca pensaba en el frío que haría allí, total pensaba viajar en verano. El frío no le gustaba, lo padecía en verdad; pero el glaciar ejercía en ella una atracción hipnótica, como la de un amante que se conoce a distancia y cuyas promesas encantan el alma con la ansiedad del encuentro.
Ese año decidió que ya era suficiente, que tenía que emprender el viaje. Lo organizó con varios meses de anticipación. En esa época no existía internet y sólo las grandes empresas tenían computadoras. Todo se hacía por teléfono y tampoco era sencillo ni rápido.
Así llegó el día de la partida en avión, primero a Ushuaia, donde pasaría una semana. Luego otro vuelo a El Calafate con escala en Río Gallegos.
El viaje se reveló como una experiencia iniciática. Todas las etapas se sucedieron con la precisión de un reloj suizo. Las excursiones en Tierra del Fuego habían resultado muy interesantes y había conocido a dos muchachos muy simpáticos, Mirko y Abel, con los que compartió varios trayectos. Pero Anita no veía la hora de hacer el viaje de sus sueños. Cuando llegó el momento, las casualidades hicieron que ella coincidiera con sus nuevos amigos en el mismo vuelo.
El Calafate era entonces una pequeña aldea de cuatro o cinco cuadras de largo por dos  de ancho. Una pizzería y un par de bares era casi todo lo que “animaba” el centro.

El segundo día, los tres tomaron una excursión hacia el Perito Moreno, en una combi que compartían con otros cinco viajeros. En el parque nacional apenas había un café, no muy grande ni lujoso. El hotel que daba al lago se había incendiado años atrás y todavía no había sido reconstruido. La naturaleza se mostraba salvajemente indomable. El vehículo se detuvo en un mirador desde el cual se descubría el glaciar en todo su esplendor: una enorme, majestuosa barrera de hielo que atravesaba el lago y se internaba en el continente. La luz del sol jugaba sobre la superficie helada, reflejándose como en un enorme caleidoscopio de tonos azules.
Mirko y Abel decidieron seguir a pie desde allí, ambos eran avezados montañistas. Anita siguió hasta la parada final, con los otros turistas.
Ante la inmensidad del glaciar, ella comprendió la fascinación que ejerce en las mentes de los que lo observan. Era como haber girado en un recodo del camino y encontrarse inmersa en la prehistoria del planeta. El magnetismo de la masa de hielo la atrajo sin ningún filtro. Iba sola por un sendero en lo alto, frente al lago, Tropezó con una piedra justo en el borde de la ladera que caía casi a pico. Empezó a descender, a cada paso con mayor velocidad. No había de dónde agarrarse, nadie a su alrededor. Recordó la historia del equipo de filmación alemán, que había sido arrastrado al fondo del lago por el vacío que se forma al caer algún trozo de hielo muy grande; ellos se habían ubicado imprudentemente cerca para realizar unas tomas.
Por un instante, sintió una enorme paz interior. Ante lo inminente, sólo atinó a relajarse y encomendarse a lo que fuera que maneje los hilos del destino. De repente apareció un hombre vestido como uno de esos leñadores de las películas, desmesuradamente grande. La tomó por los hombros y frenó su caída. Anita seguía serena, como si lo sucedido fuera algo habitual en su vida. El hombre se aseguró de que estuviera bien plantada en el camino y, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció tan misteriosamente como había surgido.
Después, los lugareños le contaron que hechos semejantes suelen ser más frecuentes de lo que se cree en esa zona, ya que los ángeles suelen bajar del cielo usando las montañas circundantes como escaleras. De ser necesario, se materializan en diversas formas ante los ojos de quienes estén preparados para verlos.
─¡No podés creer semejante cosa! ─dijeron Mirko y Abel cuando horas más tarde volvieron a encontrarse. ─Te habrás insolado o tenías resaca de la cerveza de anoche.

Anita no discutió con ellos, se limitó a sonreír mientras jugueteaba con la pluma blanca que había quedado enganchada en el pliegue del puño de su campera.


 © Mirta Mineo - Todos los derechos reservados - Inscripto en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual