viernes, 30 de noviembre de 2018

VIDA Y MUERTE EN EL HORNO DE LADRILLOS

Este cuento recibió el Primer Premio en narrativa en el concurso
Miscelánea organizado por la SADE Ituzaingó.
Es un homenaje a los niños víctimas del trabajo infantil,
muertos  trabajando como esclavos en los hornos de ladrillos 
de patrones inescrupulosos.


Juancito no duerme, tiene hambre, el frío lo entumece. No le dijo a la mamá, para que no entristecerla. Sólo comieron los más chicos. Él, con doce años, es el hombre de la casa, el papá murió bajo una pila de ladrillos. El patrón dijo que se descuidó, que la familia tenía que pagar por las piezas rotas.
Hace dos años, cuando cerró la fábrica donde estaba el papá, terminaron en la calle. Un día, en un camión, los llevaron al campo del horno, el único trabajo que pudo conseguir.
Juancito extraña la escuela y a la seño. La mamá llevaba orgullosa a sus hijos, bañados, calzados y con todos los útiles. El papá llegaba cansado del trabajo, pero feliz de mantenerlos. En esa época, ¡hasta carne comían! A veces trata de recordar el sabor del churrasco.
El patrón dice que así es la vida del pobre, lo demás es mentira. ¿Cómo va a ser mentira el churrasco, la escuela, las zapatillas?
Juancito anda descalzo, el frío le sube por el cuerpo y le aprieta el pecho. Lo bueno del horno es el calor, aunque el humo le dé tos. Los chicos tienen que cargar mil ladrillos en un camión, si no lo logran, no les pagan el día. Los brazos se retuercen de dolor, los cuerpos se encorvan; él carga más para que sus hermanitos no se agoten.
“Viven” en una casilla sin puerta, con ventanas tapadas con cartones y piso de tierra. Una mano de hielo le estruja el corazón y le impide respirar, cierra los ojos para no despertar.
La mamá abraza el frío cuerpo de su hijo, pero ya ni lágrimas tiene. Su único consuelo es que en el cielo, Juancito va a comer todos los churrascos que quiera.
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