Este relato fue seleccionado por el blog "Tu concurso literario"
en su concurso del mes de febrero y está publicado en el libro
Nocturno de fuego
"Primero
la obligación, después la devoción" repetía mi abuela gallega como un
mantra que cumplía a rajatabla.
Devota
del trabajo, cuando una aspiradora era un artefacto maléfico y un lavarropas,
un trasto inútil que "ni siquiera deja la ropa limpia", ella no
paraba de fregar, cocinar, lavar, planchar y demás menesteres hogareños. Ni
siquiera se permitía una siesta porque: "Primero la obligación, después la
devoción". También lo repetía justo antes de rezar el rosario, siempre vestida
de negro. No llevaba luto por alguna desgracia familiar, ella no podía ni
imaginar la vida sin tragedias. Que la gente se divirtiera era casi un pecado.
"Primero la obligación, después la devoción".
Tardé
mucho en darme cuenta de que para ella no existía la posibilidad de la
diversión. No tenía lugar en su vida.
"Primero
la obligación, después la devoción". Quiso signar la vida de todos con su
famosa divisa, tal cual la recibió de sus mayores. Nunca pudo olvidarla. Lo
peor: logró inculcársela a sus hijos haciéndolos infelices.
Trató
con todas sus fuerzas de encarnar en nosotros, sus nietos, ese mandato. Fue en
vano, no nos seducía la idea.
Supongo
que la abuela habrá sufrido mucho al vernos rebeldes a su principio de vida. Pero,
no fuimos necios. Algo de obligación, sí, es políticamente correcto. ¿La
devoción?, buena para los muy creyentes. No era nuestro caso. Y logramos
reelaborar la idea: "Cumplamos con la obligación sin privarnos de la
diversión". Si pudiera escucharnos, se revolvería en su tumba.
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